Una extraña pareja.
Y apareció de la nada en medio de la noche, acercándose despacio
, manso, jugando. Le gustaba como olisqueaba su piel. Como frotaba su hocico
contra ella. La humedad y calidez de su
morro la hacía sentir en un estado hipnótico. Esos pequeños bocados suyos
juguetones le proporcionaban placer, era un juego de ambos. Con cuidado ella se
dejaba hacer, disfrutaba de tales juegos, se entretenía acariciando su
pelaje, ese que se le antojaba suave y
hermoso. Un lobo solitario, eso era él. Y le gustaba tanto, hacía siglos que
ella había aceptado su condición de ave
Fénix, singular criatura que representa el sol, que muere por la noche y renace
por la mañana, que es consumido por su propio fuego cada 500 años para volver a
resurgir de sus cenizas. Eso era ella, alguien que luchaba hasta la muerte y
nacía de nuevo. Pero él era cálido, sin miedos, libre ya de fantasmas. Dueño
del aire, del tiempo, del invierno del que tanto gustaba, maestro en el arte de
la caza, o eso respiraba ella. Le gusta
mostrarse tal y como es, de forma salvaje, mostrar sus instintos. Pero ella
sabe mantenerse en su sitio, a veces muestra incluso una actitud elevada casi
divina, serena. Son siglos de entrenamiento de morir cada día para nacer al
otro. Pero lo que él desconoce es que ella lo intuye, sabe lo que le gusta,
sabe de sus duelos interminables, de cortejos y seducción. Sabe de sus
fantasías complicadas de satisfacer, sabe de su lealtad que nada tiene que ver
con fidelidad. Y a ella le encanta ese erotismo, ir descubriendo poco a poco
donde le gusta ser acariciado, de ahí que se recree en su pelaje, el cuello, el
lomo. Como pelea por su terreno, dominio o ser dominado. Pura espiritualidad,
aunque a veces parezcan unos gran profanos….
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