miércoles, 16 de octubre de 2013




Una extraña pareja.


Y apareció de la nada en medio de la noche, acercándose despacio , manso, jugando. Le gustaba como olisqueaba su piel. Como frotaba su hocico contra ella. La humedad y calidez  de su morro la hacía sentir en un estado hipnótico. Esos pequeños bocados suyos juguetones le proporcionaban placer, era un juego de ambos. Con cuidado ella se dejaba hacer, disfrutaba de tales juegos, se entretenía acariciando su pelaje,  ese que se le antojaba suave y hermoso. Un lobo solitario, eso era él. Y le gustaba tanto, hacía siglos que ella  había aceptado su condición de ave Fénix, singular criatura que representa el sol, que muere por la noche y renace por la mañana, que es consumido por su propio fuego cada 500 años para volver a resurgir de sus cenizas. Eso era ella, alguien que luchaba hasta la muerte y nacía de nuevo. Pero él era cálido, sin miedos, libre ya de fantasmas. Dueño del aire, del tiempo, del invierno del que tanto gustaba, maestro en el arte de la caza,  o eso respiraba ella. Le gusta mostrarse tal y como es, de forma salvaje, mostrar sus instintos. Pero ella sabe mantenerse en su sitio, a veces muestra incluso una actitud elevada casi divina, serena. Son siglos de entrenamiento de morir cada día para nacer al otro. Pero lo que él desconoce es que ella lo intuye, sabe lo que le gusta, sabe de sus duelos interminables, de cortejos y seducción. Sabe de sus fantasías complicadas de satisfacer, sabe de su lealtad que nada tiene que ver con fidelidad. Y a ella le encanta ese erotismo, ir descubriendo poco a poco donde le gusta ser acariciado, de ahí que se recree en su pelaje, el cuello, el lomo. Como pelea por su terreno, dominio o ser dominado. Pura espiritualidad, aunque a veces parezcan unos gran profanos….

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